Roberto Seviano (Anagrama, 2017)
Pasado y presente se funden en esta novela que no nos alecciona a nada, mas que a la hipocresía social entorno a la violencia. En esta banda de niños que quieren hacerse un hueco en el mundo de las mafias, copian las antiguas costumbres, copian a los personajes de las películas, y todo podría ser una nueva entrega de “uno de los Nuestros” o “el Padrino” sino fuera por las constantes incursiones al nuevo lenguaje de los adolescentes de ahora: los móviles, las redes, los videojuegos, los likes, la música, y un sinfín de usos cotidianos que nos hacen pensar en nuestros hijos, nuestros adolescentes haciendo exactamente lo mismo. Y entonces es cuando te golpea la realidad, la poca diferencia que ven estos niños aprendices de asesinos y extorsionistas entre Call of Duty y la realidad cotidiana. Juegan a ser adultos, a enfrentarse a los matones y luego vuelven a casa de sus padres o al instituto, y allí es donde te pierdes y te preguntas ¿es posible? ¿cuesta tan poco aprender a matar? ¿resulta tan fácil deshumanizar al prójimo?
Me hace pensar en otra realidad que quizás nos pilla mas cerca, el islamismo radical que crece en las ciudades de occidente, y la sorpresa de todos cuando descubrimos que el chaval que se lanzó sobre las ramblas con un camión a llevarse a cualquiera por delante, era apenas poco mas que un adolescente. Y quizás, al igual que los niños de la banda de Seviano, lo que buscan estos nuevos adolescentes terroristas es respeto, en una sociedad normalizada en extremo que los deja fuera, o con la que se sienten desencantados. Las bandas siempre han existido, en todas las generaciones, en todas las sociedades, el miedo de los demás hace al niño sentirse adulto, una forma errada de entender la admiración, o tal vez el camino rápido para conseguir el respeto. Pero habrá que admitir que ser el malo es tentador, y cuando ser el malo se acompaña de pertenecer al grupo, se vuelve peligroso. Es una tentación de la que no está libre ninguna sociedad, por muy moderna e igualitaria que sea, y es algo sobre lo que necesitamos reflexionar.
Es un libro al que cuesta engancharse, resulta difícil empatizar con los personajes principales, es de esos libros que tienes que empeñarte en leer, pero merece la pena, sobretodo por el final. Alejado de toda expectativa, el final es quizás lo más desgarrador y lo que te obliga a enfrentarte a la realidad con más crudeza. Cuando crees que estos niños mafiosos podrían aprender una lección, cuando esperas que abran los ojos y cambien de rumbo, no es así, es la misma sociedad la que les empuja a continuar, y donde creías que encontrarían una lección de vida, lo que encuentran es la motivación. La frialdad y desafección ante la maldad es la lección que se llevará el lector. Y, yo no he podido dejar de hacerme una pregunta ¿cómo se cambia esta realidad? (El Buho)
SINOPSIS: Nápoles, hoy, es una ciudad bella y terrible: es el reino de la camorra, y los chicos que crecen allí lo hacen bajo su influjo. Una pandilla formada por diez de ellos se lanza a la conquista de la ciudad: provienen de familias normales, les gusta lucir calzado de marca y tatuarse el símbolo de su banda.
Liderados por Nicolas Fiorillo, alias Marajá, el grupo de adolescentes utiliza las motos como los forajidos de las películas del Oeste usaban los caballos: invaden las aceras, atropellan a peatones, se escabullen por las estrechas calles del centro histórico. Quieren hacerse con una parte del negocio del tráfico de drogas y la extorsión, y aprovechando el vacío que han dejado algunas familias se alían con un viejo jefe de clan para iniciar su ascenso. El poder se afianza ganándose el respeto, sembrando el miedo, aplicando la violencia: un like en el Facebook de la novia de otro puede convertirse en una sentencia de muerte, si hay que probar armas nuevas se utiliza como blanco a un grupo de emigrantes, y en el camino hacia la cima no hay amigos, ni antiguas lealtades…